martes, 18 de mayo de 2010

¿El sexo débil?

La diferenciación de roles de género ha sido superado en la sociedad, al menos en la parte formal. La parte sustancial persiste en aquellos espacios que son de difícil supervisión, como las familias y ciertos sectores laborales.
Prueba de ello es el aumento de la participación de la mujer en los cargos públicos. También en las empresas, a las mujeres que se le asignan cargos de alta responsabilidad se les ve como iguales y competentes desde todo punto de vista.
El problema persiste en campos laborales donde es difícil medir el desempeño y trato de la mujer, como fábricas y trabajos mayoritariamente físicos, donde a la mujer se le sigue desmotivando a acceder, sea por rechazo machista o por el miedo que  los hombres sientan a ser desplazados como género indispensable para ciertas labores, de cualquier forma es inaceptable.
De todas maneras, en las familias se sigue cultivando el modelo de la diferenciación de roles. Ejemplo, las madres siguen criando a las niñas de manera diferente, inculcándoles la creencia de que son esencialmente distintas a los hombres. Esto crea posiciones oscuras en la diferencia o igualdad de género. ¿Hasta qué punto somos iguales?
Esta ambigüedad hace que no tengamos nada claro en cuanto a la lucha por los derechos de la mujer. De hecho, el término "lucha por los derechos de la mujer" es un término ya sesgado de antemano como diferenciador, porque presupone que hay derechos para hombres y derechos para las mujeres.
Las precursoras hoy en día de la diferenciación entre hombres y mujeres, sorpresivamente, han sido las mujeres. Son ellas las que educan a las niñas apartadas de los niños, con ropas, juegos, actividades, juguetes y gustos diferentes. Al niño lo educan para ser tosco, altivo y dominante, a la mujer la educan para ser sumisa, delicada y deferente.
No tenemos nada en contra de las mujeres "femeninas", de hecho, nos gustan sobre todo en su rol sexual. Pero no sabemos hasta dónde son iguales.
Actualmente han logrado ser consideradas como iguales en todo, ganar los mismos salarios y tener las mismas prerrogativas, pero quieren seguir siendo tratadas como el sexo débil, exigen que el hombre aplique reglas de caballería y deferencia hacia las mujeres, entendiendo que la caballería es una forma condescendiente de tratar a personas de categoría históricamente inferior, inventada durante la edad media por la nobleza feudal.
El hecho de exigir pagos iguales, pero también que el hombre pague una cuenta de un restaurante simplemente por ser hombre, puede ser tomado como una injusticia, ya que no existe más la mujer en condición de ama de casa dedicada al hogar y los hijos mantenida por un padre de familia, pero parecieran seguir exigiendo su derecho a ser preferidas por simple comodidad teniendo los mismos atributos que su contraparte masculina.
No me tomen a mal, me gusta la caballerosidad y, de hecho, cuando tengo la posibilidad la empleo por cortesía y urbanidad, pero las defensoras del "feminismo" esgrimen también las mismas armas del machismo cuando "exigen" caballerosidad y diferenciación de roles, vestiduras y actividades entre hombres y mujeres.
Las cosas ya deberían tomar un matiz más práctico en este tema, como por ejemplo igualdad de oportunidades de trabajo, salario y derechos, y no simplemente exigir un tratamiento preferencial en todos los aspectos de la vida. Muchas sociedades contemporáneas han llegado al punto en que el hombre ha tenido que pedir reivindicaciones al ser ya tratado como casi un inferior, lo cual pasaría a ser ridículo que los hombres se pusieran a reclamar sus derechos sobre las mujeres.

lunes, 10 de mayo de 2010

Colonización Propia

Cuando se habla de colonización y conquista, normalmente se hace referencia al proceso iniciado por los europeos al descubrir América, o unas características exclusivas de los imperios llamados occidentales al tratar de expandir sus dominios y territorios. Se oye hablar de los vicios que trajo la cultura occidental a los “pueblos puros” de nuestro continente y que todo estaba bien antes de la llegada del hombre blanco a nuestras costas. Siempre se ha hablado de la paz en que vivían nuestros aborígenes y de la armonía con que reinaban o se relacionaban los pueblos unos con otros, pero se sabe que las cosas en América no eran tan felices como algunos aseguran.
            Los pueblos que ocupaban nuestras tierras, entre ellos los Caribes, se encontraban en pleno proceso de expansión y conquista de nuevos territorios cuando los españoles llegaron. Se sabe que ocuparon gran parte del norte de América del Sur, llegaron a explorar las Antillas hasta lo que actualmente es Estados Unidos, y bajaron hasta el actual Perú, según evidencia arqueológica. Eso nos da una idea del interés que este pueblo tenía en expandir sus fronteras. Pero hubo otros pueblos que practicaban métodos políticos muy parecidos a los observados en el viejo mundo antes de la llegada de los europeos al nuevo mundo.
            Los Mayas, por ejemplo, eran un pueblo bastante organizado con una organización social que recuerda mucho al feudalismo. Las tierras pertenecían a la nobleza, quienes cedían parcelas a los campesinos para que las trabajasen y dieran el producto a sus dueños. La nobleza estaba constituida por ciertas familias privilegiadas y era hereditaria. Ocuparon el sur de México, Guatemala, Honduras y Belice durante su período de mayor expansión. Durante el período post clásico y hasta la decadencia de este pueblo, los Mayas estuvieron en guerra casi constante entre ellos mismos por el control de los territorios y ciudades.
            Los Aztecas fueron crueles colonizadores. Su centro estaba ubicado en Tenochtitlán. Aunque por un tiempo el imperio azteca estuvo regido por la llamada triple alianza de tres ciudades, pronto la gran ciudad de México se impuso sobre los otros dos grandes poblados. Los altépetl eran asentamientos indígenas pertenecientes al imperio azteca, pero no eran un pueblo unificado, sino que cada uno rendía tributo a Tenochtitlán. Se llegaron a contabilizar unos 38 altépetl durante el gobierno de Monctezuma y, aunque permitían cierta autonomía religiosa y política a cada asentamiento, se les obligaba a aceptar al dios mexica como deidad superior y pagar altísimos tributos.
            Otro pueblo colonizador fue el Quechua de los Incas quienes anexaron muchos pueblos desde Ecuador hasta Chile, conquistándolos e  imponiendo su lengua como oficial. Los emperadores tenían autoridad absoluta y su poder provenía de la voluntad divina. Practicaban algo parecido a un comunismo de estado, es decir que las tierras pertenecían a la comunidad pero las parcelas eran asignadas por familia para que las trabajasen. No había movilidad de clases, es decir, las clases sociales eran bien diferenciadas y respetadas por todos en el imperio sin permitir el mestizaje, eso significaba que el que nacía pobre, moría pobre.
            Mi creencia es que América estaba aún en proceso de exploración y población. Al no haber llegado al límite poblacional, los indígenas no se vieron forzados a competir entre ellos y lo que hacían era migrar hacia tierras aún inexploradas en busca de paz y más recursos mientras que los imperios se expandían. Faltaban siglos antes de que las fronteras entre civilizaciones imperiales colindaran, y comenzaran realmente a competir tecnológicamente.
            De cualquier manera, asegurar que los pueblos del “viejo mundo” trajeron sus vicios a nuestra "impoluta tierra de riqueza y bondad" sin igual es, por lo visto, una visión errada de nuestra verdad histórica. 

jueves, 6 de mayo de 2010

Conquista y colonización

Es inútil asumir una postura positiva o negativa ante la historia de la colonización en América. Se habla de una colonización sangrienta y esclavizante por parte de los conquistadores españoles, una época de atrocidades cometidas en nombre de la Corona y la evangelización, pero también se habla de un grupo de hombres que hicieron un esfuerzo sobrehumano en traer la luz de la civilización a nuestro continente.
            Tales son los argumentos de la Leyenda Negra y la Leyenda Dorada, las cuales son evidentemente falsas pero, como pasa con todas leyendas, no dejan de tener su grano de verdad. El sueño de muchos de los españoles que vinieron a América, era el de poseer tierras y aprovecharlas sin tener que trabajarlas ellos mismos. Al instituirse las encomiendas, las reducciones y las reparticiones, resultó muy atractivo adueñarse de tierras y hacer que los nativos las trabajasen. Esto resultó en un trato cruel a la población indígena, la cual fue diezmada por el trabajo forzado y las enfermedades traídas del Viejo Mundo. La tarea de la evangelización también fue una imposición injusta sobre nuestros indios quienes no entendían por qué debían creer en nuevas deidades y obedecer a reyes de ultramar, bajo amenaza de muerte y esclavitud.
            Pero todas esas cosas fueron luego exageradas con el tiempo, hasta el punto de hacer surgir la idea de que España sólo vino a América con el propósito de aniquilar y esclavizar a los nativos para apoderarse y saquear el nuevo continente. Uslar Pietri sugiere que estas exageraciones o leyenda negra provienen de la visión que los europeos tenían de los colonizadores, o hasta de una campaña difamatoria en contra de los españoles. Otros, como Rómulo Carbia, colocan su origen en suelo americano para demonizar a la Corona española y justificar su lucha independentista.
            La verdad es que, aunque hay cuenta de hechos innombrables cometidos por los recién llegados, también hubo gente en el Viejo Continente que luchó contra la esclavitud y el sometimiento del pueblo indígena. Bartolomé de Las Casas fue uno de los primeros defensores de los derechos de los indios y precursor de los derechos humanos universales. Habiendo sido encomendero, conoció los maltratos dados a los nativos por los colonos que venían a América con ánimo de hacer lucro sin tener que trabajar. En varias ocasiones, los legisladores españoles habiendo escuchado los argumentos de estos defensores, emitieron leyes o Bulas solicitando un trato más digno a los nativos, aboliendo la esclavitud y concediéndoles igualdad de derechos. Para nuestra mala suerte, América estaba muy lejos, lo que creaba una imposibilidad para hacer aplicar esas leyes en la práctica.
            Hubo también gente que trató de justificar todo el proceso de la conquista, argumentando el derecho que tiene una civilización a someter a otra basada en su superioridad. Tal es el caso de Juan Ginés de Sepúlveda, estudioso del filósofo ateniense Aristóteles de cuya obra se basaba para justificar la tenencia de esclavos. Sepúlveda debatió frente a De Las Casas en el debate de Valladolid y aquél fue el más convincente ante la Corona y las autoridades religiosas, logrando la prohibición de las encomiendas y todo tipo de trabajo forzoso, y diseminando la idea de que “todas las naciones son libres”.
            Mientras todo esto estaba en discusión, se le abrían los ojos a los hijos de españoles nacidos aquí. Aquellos que con su esfuerzo y trabajo habían logrado construir comunidades prósperas, ahora querían saber quién tenía el derecho real sobre estas nuevas tierras. Después de muchas décadas, los colonos se comenzaban a preguntar si debían seguir siendo gobernados a través de leyes formuladas, con evidente desconocimiento de la realidad, por personas que jamás mostraron gratitud hacia aquellos que llenaron al imperio español de riquezas sin antecedentes habiendo recibido muy poco a cambio.
            Todos estos sentimientos encontrados, todas estas contradicciones, fueron el suelo fértil donde pudieron germinar las semillas de la ilustración y el liberalismo traídos desde Europa. Aquellos sueños de libertad e independencia que se fijaron en las mentes de esos colonos que ahora querían tener una tierra bajo su señorío.
            La historia de nuestro continente está llena de victorias y tragedias que nos hacen ser quien somos y que sin ellas no hubiésemos llegado a donde estamos. No se trata pues de juzgar las atrocidades cometidas durante la colonización, ni de celebrar la era de luz que nos obsequiaron los europeos con su llegada, sino de abrazar todo lo que sucedió, con penas y glorias, como un pasado que no podemos cambiar pero del cual tenemos mucho que aprender aún.